Hoy vamos a trabajar sobre el tacto y qué podemos hacer de ahora en adelante para mejorarlo.
Seguimos analizando el libro del que hablé en los artículos anteriores y que plantea la importancia fundamental que tiene mantener activa nuestra mente y nuestros sentidos en las diferentes etapas de la vida y en especial para el Adulto Mayor.
La Obra Social Fundación ”la Caixa” ha publicado una guía titulada “Vive el envejecimiento activo. Memoria y otros retos cotidianos”.
Ahora veremos cómo funciona el sistema somatosensorial y los efectos del envejecimiento.
El sistema somatosensorial es el responsable de distintas sensaciones y está formado por una serie de receptores en la piel, células nerviosas o neuronas y sus extensiones, denominadas axones, que forman unas vías por las que viajan los mensajes (en forma de señales o impulsos nerviosos) hasta distintas zonas del cerebro, que interpreta su significado.
El sistema somatosensorial recibe múltiples tipos de señales del cuerpo: roces, golpes, dolor, presión, temperatura y sentido de la posición de músculos y articulaciones.
Estos distintos tipos de sensaciones se agrupan en tres vías distintas en la médula espinal y tienen distintos destinos en el cerebro para su interpretación.
La primera modalidad de percepción es el tacto discriminativo, que incluye el tacto, la percepción de presión y la percepción de vibración.
El tacto discriminativo nos permite reconocer letras en relieve con los dedos, describir la forma y textura de un objeto sin verlo, o sentir que una pieza de ropa nos aprieta, por ejemplo.
El segundo grupo es el de la percepción de dolor y de temperatura, así como la percepción de picor y de cosquilleo.
La tercera modalidad es la llamada propiocepción, e incluye receptores para lo que sucede bajo la superficie corporal: tensión de los tendones o músculos, posición de las articulaciones, etc.
Algunos receptores trasladan información al cerebro sobre la posición y estado de los órganos internos, lo que permite identificar cambios relevantes, como un dolor de estómago, por ejemplo.
Muchos estudios han mostrado que, con la edad, pueden verse afectadas las sensaciones de dolor, vibración, temperatura, presión y tacto.
No está claramente definido si estos cambios se deben al propio envejecimiento o a trastornos frecuentes en edades avanzadas, ni se conocen sus causas exactas (algunos estudios apuntan a una disminución del riego sanguíneo en los receptores del tacto, o en el cerebro, o en la médula espinal; otros lo atribuyen a pequeñas deficiencias dietéticas).
En cualquier caso, lo cierto es que muchas personas experimentan cambios en las sensaciones relacionadas con el sistema somatosensorial a medida que envejecen, algunos de esos cambios son:
- Puede resultar más difícil distinguir sensaciones térmicas (fresco-frío, templado-caliente, etc.), lo que aumenta el riesgo de posibles lesiones como quemaduras, hipotermia o congelación.
- La disminución en la capacidad de detectar vibración, tacto y presión aumenta el riesgo de lesiones como úlceras por presión (frecuentes en pacientes encamados o con movilidad reducida que permanecen mucho tiempo en una misma posición).
- Una sensación propioceptiva disminuida puede conllevar problemas al caminar por la no tan precisa capacidad de percibir la posición del cuerpo respecto del suelo. Asimismo, una reducida sensación táctil de los pies también puede contribuir a la inestabilidad postural.
Algunas repercusiones cognitivas y funcionales que podemos percibir:
- Puede afectarse el tacto y la motricidad fina. Abrir una botella o manejar los cubiertos puede resultar más difícil.
- Aunque algunas personas desarrollan una mayor sensibilidad a las rozaduras a causa de la pérdida de espesor de la piel (piel más fina), lo cierto es que con los años suele producirse una disminución de la sensibilidad de la piel que puede conllevar que una persona mayor no sienta dolor hasta que la piel ya se haya lesionado.
Esta pérdida de agudeza sensorial puede repercutir en distintos aspectos funcionales, como la destreza manual, la estabilidad postural, la sensación térmica o la percepción de dolor.
La presencia de enfermedades que afecten al sistema circulatorio (por ejemplo, diabetes, accidentes vasculares cerebrales) o al sistema musculoesquelético (por ejemplo, artritis) pueden empeorar el desarrollo de dichas funciones.
Luego de analizar los cambios que pueden producirse, vamos a trabajar algunos consejos para prevenir lesiones o complicaciones derivadas de posibles cambios en la percepción táctil y de sensaciones:
- Es recomendable limitar la temperatura máxima del agua doméstica (la mayor parte de los termotanques y calefones cuentan con un regulador para tal fin) para reducir el riesgo de quemaduras.
- Conviene guiarse por la temperatura indicada por un termómetro para decidir con qué tipo de ropa vestirse, en vez de esperar a sentir calor o frío para luego acomodarse.
Llevando la ropa adecuada se ayudará a prevenir trastornos como enfriamientos o malestares derivados de una excesiva sensación de calor.
- Es muy importante inspeccionarse la piel en búsqueda de pequeñas lesiones (especialmente los pies). En caso de encontrar alguna lesión, hay que tratarla y no asumir que, si no duele, no tiene importancia.
- Debe informarse sobre la posibilidad de adquirir algunos instrumentos pensados para hacer la vida más fácil, en este caso cuando afloran problemas táctiles.
Algunos de estos elementos pueden ser:
- bolígrafos ergonómicos,
- cubiertos con el mango engrosado,
- platos y vasos con protecciones antideslizantes, etc.
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